viernes, 18 de julio de 2008

EL PRIMER CASINO CHILENO

Uno de los edificios de más categoría en Pichilemu, sin duda alguna, es el Casino. La construcción de sus tres pisos, empezada en 1906, comprendió tres años. Recordaba el padre del suscrito que a la mañana siguiente de la fatídica noche del terremoto de agosto de aquel año, se asomó a la población de don Agustín Ross Edwards, la que no sufrió ningún daño, al igual que los cimientos del edificio de marras, que recién se estaba terminando de levantar, los que eran descomunales por su espesor.
Apenas concluida la valiosa construcción, se instalaron, en un departamento, los servicios de Correo y Telégrafo del Estado, y en otro, un surtido almacén comercial, con baratillos, mostradores y vitrinas, elegentísimos, siendo todo de excelente factura.
El inmueble es, en gran parte, construido en conformidad al plano de un arquitecto francés, siendo, según dicen, réplica exacta de un edificio de Ostende, balneario belga, otros señalan que es imitación en miniatura del menor de los Trianon, en el Palacio de las Tullerías, de los alrededores de Versalles. La palabra la tienen los que han conocido esos países. Lo cierto es que el señor Ross, quiso que su balneario fuera trazado con lo más hermoso de la costa europea que él conociera; por tanto, Pichilemu es copia, en gran parte, de lo que el viera en sus viajes a urbes y balnearios, distinguidos por su belleza.
En sus amplias salas se jugaba ruleta, siendo el Casino de Pichilemu, el primero en el país. En él pasaba muchas horas de entretención, buena parte de los veraneantes, bajo la luz del gas acetileno, haciendo encantadoras las noches estivales. Entonces, en estas playas dábase cita la alta sociedad santiaguina, como también muchas familias extranjeras, especialmente de Argentina, atraídas seguramente, por la existencia de este monumental edificio de diversión. Por varios años fue su concesionario don Angel Gregorat, caballero argentino que lo atendía espléndidamente. Una banda de músicos -la orquesta de entonces- amenizaba el ambiente.
El Casino, construido para durar siglos, ya que cimientos y estructuras son colosales, con material traído desde el exterior, permite una presentación que hace honor al balneario. Sus torres -dos cúpulas directas al cielo- frente a un océano que otrora, en sus altas mareas, besaba su base misma, formaban parte de algo que, para los pichileminos, es un verdadero orgullo. Desde sus numerosos ventanales, abiertos al sol y a la brisa marina, divísase el gratísimo panorama extendido a su frente, como también óyose el ronco oleaje, quebrándose en el roquerío vecino. El citado edificio -inmutable al paso del tiempo, con su edad ya de un siglo- testimonia con su altiva presencia la visión de don Agustín Ross, acaudalado señor que, con desprendimiento único y amor por el arte, hizo de esta zona virgen, lejana y silenciosa, un balneario de lujo, contándose este Casino como una de sus más bellas creaciones.

miércoles, 16 de julio de 2008

DON EVARISTO MERINO CANALES DE LA CERDA

En el historial de Pichilemu, ocupará muchos de sus primeros capítulos don Evaristo Merino Canales de la Cerda, quien fuera brazo derecho de don Agustín Ross en la creación de su balneario, en esta costa del extremo sur de la antigua Colchagua.
Interesante la vida de este caballero por su directa participación en el nacimiento de este balneario, por cuanto, apenas tomara la dirección general del colosal trabajo, se dispuso a hacer realidad el vasto programa de adelantos que le presentara el gran empresario.
Era descendiente de una esclarecida familia fundada en Chile por Juan Nicolás de Heredia, bautizado en Anguiano en 1639 y que en Chile casara con María Astorga Molina, siendo don Evaristo, descendiente en séptima generación. Un bisnieto del fundador -José María Merino Sepúlveda, casado con María Loreto Urzúa Baeza- tuvo desendencia en Curicó. Un hijo de éstos -Dionisio Perfecto Merino Urzúa- fue bisabuelo paterno del administrador general de don Agustín Ross.
Don Evaristo casó con Rosa Silva Valenzuela -media sobrina de Monseñor Luis Silva Lazaeta, que en abril de 1912, fuera consagrado obispo juntamente con el Cardenal Caro, en la Catedral de Santiago- teniendo como hijos a los diez siguientes: Antonieta, Raquel, Eduardo, Jorge, Adolfo, Rosa, Evaristo, Marcial, Modesto y Sergio.
Por más de cinco lustros, su presencia en la magna empresa permitió que se cumpliera plenamente lo proyectado en favor de Pichilemu, respondiendo con creces a la confianza depositada, en labor desarrollada con un esfuerzo que a cualquiera hubiera agobiado, desde que en marzo de 1900 tomara tal desempeño.
Fue algo providencial que el señor Merino llegara a la vida del señor Ross, pues ninguno como él, dueño de cualidades que le hicieron dar término a la creación de este lugar de descanso que la sociedad chilena se merecía. Magnífica la labor emprendida por este profesional que dejara sus mejores energías en el enorme trabajo señalado. Su memoria está presente en todas las obras emprendidas con singular entusiasmo por su sabia dirección. Una larga avenida que enfrenta al bello edificio del Casino, perpetúa su nombre, en la población que lo tuviera por tantos años entregado en el progreso de las afamadas playas pichileminas.
El señor Merino, poco después de dar término al titánico trabajo y ya fallecido el señor Ross en octubre de 1926, fue designado por decreto del Ejecutivo, el 15 de mayo de 1927, para presidir como alcalde de la primera Junta de Vecinos de la comuna pichilemina, siguiéndose este sistema en todas las del país, hasta 1935, en que volvióse a la elección por sufragio popular, ocupando el señor Merino tal cargo, hasta febrero de 1928, pues, por trasladarse definitivamente a su Curicó natal, presentó su renuncia indeclinable.
Al recibir homenajes de despedidas en Pichilemu, en uno de ellos, José Agustín Acevedo, poeta lugareño, con inspirada emoción exclamó: Hubo un hombre de razón/como jefe del lugar/que bien se puede llamar/hombre de la situación/que con buena discreción/hizo regir los destinos/de ensanches de caminos/en donde estaban estrechos/más adelanto ha hecho/don Evaristo Merino./No lejos de la bahía/formó un hermoso palacio/que por su forma es clásico/por sus lindas galerías/brillan con luz del día/sus vidrios como un diamante/un gran aspecto elegante/se ve en esta bella mansión/donde alegra el corazón/a todos los veraneantes.
A poco de regresar a su ciudad de procedencia, falleció en agosto de 1930, siendo sepultado en el mismo camposanto donde, la que había sido su esposa, lo esperaba desde agosto de 1925. Las cenizas de ambos reposan en un hermoso mausoleo que hay a la entrada del cementerio curicano.

martes, 15 de julio de 2008

DON DANIEL ORTUZAR CUEVAS


Después de don Agustín Ross Edwards, uno de los hombres de mayor prestigio en el adelanto turístico de esta zona marina, fue don Daniel Ortúzar Cuevas, miembro ilustre de familias entroncadas en siglos de linajes españoles.
Nacido en Santiago en 1850, era uno de los doce hijos de don José Vicente Ortúzar Formas y de doña Irene Cuevas Avaria.
Educado en colegios donde se acentuaron los principios cristianos, recibidos en un hogar profundamente católico, pronto perdió a su padre, quien falleció en 1867, después de haber sido parlamentario por Curicó, cuando esta ciudad era capital de la antigua provincia de Colchagua.
Don José Vicente había adquirido por compra en 1854, el inmenso predio costino de San Antonio de Petrel, cuna del que, con los años, sería el primer cardenal chileno, Su Eminencia José María Caro Rodríguez.
A don Daniel le correspondió, desde muy joven, atender esta propiedad, ya por administración o por arriendo, aunque también era heredero. Recuérdase que para sacar los productos agropecuarios para su mejor comercialización, ideó la creación de un muelle en la bahía de Pichilemu que, al obtener el permiso para ello, permitió que en 1887, Pichilemu adquiriera calidad de puerto menor, dependiente de Valparaíso.
Efímera fue sin embargo la vida de este muelle, por cuanto, en la revolución de 1891, fue incendiado por orden gubernativa, ya que por él zarpó el Maipo con contingente y víveres hacia el norte, donde se encontraba la directiva opositora a Balmaceda.
Pasada la revolución, don Daniel, que siempre perteneció al Partido Conservador, fue elegido diputado por el departamento de San Fernando, siéndolo por tal agrupación en cuatro períodos; un quinto, lo fue por el departamento de Caupolicán, ocupando el asiento parlamentario un total de 15 años consecutivos.
Pichilemu, fuera del muelle, le debe el haber iniciado la población que formó en la principal avenida del centro del balneario y que hoy lleva su nombre. Al mismo tiempo que el señor Ross levantaba su hermosa población turística, en el sector sur de Pichilemu, don Daniel construía las primeras casas de la citada avenida Ortúzar, de manera que el progreso pichilemino fue inmenso desde fines del siglo XIX, gracias al tesón de este par de admiradores de estas costas, privilegiadas por su belleza.
También Pichilemu, le debe el haber proporcionado el terreno necesario, a la vera de su hacienda, para el cementerio parroquial local. Recuérdase también que el señor Ortúzar fue uno de los ocho padrinos de consagración de monseñor José María Caro Rodríguez, como obispo titular de Milás, recibida en la catedral de Santiago, el 28 de abril de 1912, de manos del Internuncio Enrique Sibilia. Juntamente con él, recibíala también monseñor Luis Silva Lazaeta, obispo titular de Oleno.
Fueron muchos los viajes emprendidos por don Daniel al viejo mundo. En uno de ellos trajo la galega, leguminosa que allá servía de forrajera a los animales y que en sus campos sanantoninos no la comieron, de manera que quedó como verdadera plaga, maleza que se expandió por las provincias centrales de Chile, sin poderse exterminar, sirviendo solo para adornar los campos con su flor azulina, amariposada.
Al fallecer su madre en 1904, San Antonio de Petrel, se lo adjuricaron él y dos de sus hermanas solteras. Después de sus días, quedó el predio costino dividido en una parte para unas sobrinas y la otra, para la Universidad Católica de Chile.
Don Daniel falleció en Valparaíso, centro de sus actividades comerciales, el 19 de noviembre de 1932, siendo sus restos trasladados al Cementerio Católico de Santiago.

lunes, 14 de julio de 2008

DON AGUSTIN ROSS EDWARDS Y SU MAXIMA CREACION: PICHILEMU


Una tarde plena de sol del último cuarto del siglo antepasado, descendía por los lomajes de San Antonio de Petrel -el fundo de los Ortúzar Cuevas, donde poco antes naciera un Príncipe de la Iglesia que se llamara José María Caro Rodríguez- un joven de hermosa figura, natural de La Serena, descendiente de anglosajones, educado en el Queen'Street intitution de Edimburgo, poderoso en sus riquezas, que venía a conocer Pichilemu, que yacía escondido en la costa lejana y silenciosa de Colchagüa. Y luego que la mirada de sus ojos azules se posara en el mar que lo bañaba, quedó para siempre prendado de este litoral maravilloso, desde ese mismo instante -in promptu- a don Agustín Ross Edwards afincósele en el pecho la irrevocable desición de tomarla como su preferida -¡playa virgen y solitaria!- para hacerla dar a luz un balneario, que fuera verdadero descanso para la sociedad chilena.
Para realizar lo que se había propuesto, empezó por adquirir el terreno donde asentaría lo que su mente de artista iría creando para tan laudable determinación. Y en San Fernando, en la oficina de Pedro Parga, en septiembre de 1885, se inscribía la escritura de la negociación notarial que lo hacía dueño de la propiedad del menor Francisco Esteban Torrealba Maturana y cuyos deslindes eran "al S con la propiedad de los Vargas, al E con terreno de un señor Gaete, al N y P con la orilla del mar".
Cuanto antes llegó el señor Ross a Pichilemu para empezar a convertir su mágico sueño en una admirable realidad. Parte de su inmensa fortuna y su caracter indomable, serían los factores que posibilitarían el rápido avance del nuevo balneario.
Antes que el señor Ross terminara su establecimiento hotelero -modelo en su género- llegó don Evaristo Merino Canales de la Cerda, de familia curicana, quedando como administrador general, recibiendo el señor Ross una decidida cooperación, ya que el diligente profesional era de una capacidad de trabajo asombrosa.
Una de las satisfacciones mayores del señor Ross fue la de dotar a Pichilemu de baños tibios. Tanto es así que, casi al mismo tiempo que presentaba la serie de chalets, que eran arrendados a familias que pasaban completas las temporadas estivales en estas playas, abría las puertas del inmueble que conteníalos, siendo cómodos, soberbios, tenidos a la europea.
El Casino, el primero de Chile como establecimiento, es otro de los adelantos formidables, cuya construcción comprendiera desde 1906 a 1909, inclusives; y apenas terminado, un departamento quedó para Correo y telégrafo, instalándose también un surtido almacén y mercería, que atendía don Germán de la Cuadra. En otros pisos y bajo la luz del gas acetileno, prolongábase la vida nocturna, teniendo la ruleta y barajas por entretenciones.
En el Parque, cerca de un centenar de palmeras fénix, acompañado de mantos de flores finas y exóticas, entrega todo un encanto. El autor de estas líneas vio en su niñez pasear, por ese idílico jardín, a don Ismael Edwards Matte, cuando fuera relegado por el gobierno de la época a Pichilemu.
Lo que deja ver el arte del señor Ross es el mirador, verdadera joya que se alza sobre su cimiento roqueño, en toda una pronunciada puntilla, abierta al infiernillo y que representa, en algo fantástico, a un buque anclado en tierra, con desesperados deseos de hacerse a la mar, siendo una de las grandes atracciones pichileminas.
Hay que destacar los planteles de pinos y eucaliptus, ya que fue el señor Ross el iniciador, en esta zona, del vasto plan forestal, trayendo semillas que cubrieron innumerables hectáreas en las cercanías de la extensa playa. Y esta acción arbórea extendióla a Cáhuil, antiguo caserío de pescadores -hoy interesante balneario lacustre- en cuyas proximidades adquiriera Millaco, predio plantado casi en su totalidad, presentando tupidos bosques que entregan una vista inigualable.
Muchos adelantos pertenecen, como primicias locales, al señor Ross: instaló gasómetro, estanques donde almacenaba agua, alcantarillado, lavandería, gallineras, caballerizas para 150 bestias, ya que mucha gente venía en sus carruajes, trayendo equinos para excursiones y carreras. Tenía herrería, botica, panadería, pastelería, peluquería. Estando a la moda el tenis, arregló una cancha para los entusiastas de este deporte.
Todo fue muy bien concluido, por cuanto el material, de primera calidad, fue traído gran parte del exterior. Así, la tejuela del Casino llegó de Italia; el pino oregón, de Estados Unidos; el cemento en barriles de 180 kilos, de Portland, la isla meridional de Inglaterra. No se medía en gastos con tal que todo quedara sobresaliente: "El señor don Agustín Ross derrocha el dinero en Pichilemu, que dentro de poco será un puerto completo, como es hoy un balneario de primer orden, el Biarritz chileno", expresábase un cronista de 1903.
Conviene recordar que desde que el señor Ross acometiera sus trabajos conocidos, Pichilemu se transformaba en una comuna, cuyo territorio comprendía, además de las actuales de Pichilemu y Marchigüe, parte de la de Peralillo. Creada a fines de 1891, sólo el 6 de mayo de 1894 se constituyó su primer municipio, entre cuyos regidores se contaba don José María Caro Martínez. En aquella primera sesión municipal, por unanimidad, fue elegido primer alcalde el señor Caro, padre del que sería el primer cardenal chileno.
Lo más encopetado del mundo santiaguino dióse cita en este balneario, copando los aposentos del Gran Hotel del señor Ross. Los diarios capitalinos traían páginas completas con propaganda y detalles del lugar de descanso, destacándose El Mercurio en una campaña de proporciones. Extensas listas de familias aristocráticas aparecían en la Vida Social de los matutinos santiaguinos.
Entre los connotados personajes que eran habituales clientes del Gran Hotel, cuéntase don Benjamín Bernstein, quien daba, con su presencia, inicio a la temporada veraniega en la población del señor Ross. Mucha gente no venía hasta saber si ya se encontraba en Pichilemu este caballero, a quien se le esperaba con banda de músicos, empezando con su arribo, los bailes, kermeses, carreras hípicas y en el Casino, el punto y banca y las barajas.
En aquella época de oro de estas playas de fines del siglo XIX y de inicios del pasado, sobretodo cuando su padre ejerciera, por once años consecutivos, el cargo de primera autoridad comunal, solía verse por Pichilemu, al presbítero don José María Caro Rodríguez, sabio profesor de teología en el Seminario Conciliar de Santiago, cuando pasaba vacaciones estivales en Quebrada de Nuevo Reino, en las vecindades del balneario, donde sus padres levantaron su residencia campestre, a su éxodo de San Antonio de Petrel. Más tarde prestaba servicios episcopales en el improvisado oratorio del bodegón portuario, desocupado después de la revolución del 91.
Capítulo aparte merece don Evaristo Merino por su participación directa en el adelanto referido. Apenas asumiera la administración de todas las obras proyectadas, contribuyó a que el altiguo campo sepillento, cubierto de dunas, fuera hermoseado por todos estos adelantos que transormáronlo completamente. Todo lo dirigió con una responsabilidad tomada muy a pecho; de manera que granjeóse el aprecio del señor Ross y el de los varios miles de hombres que, en cinco lustros, estuvieron bajo su atinada dirección. Su competencia permitió que el genial empresario diera cima a todas sus aspiraciones.
Don Agustín Ross Edwards, varón de extraordinario temple, en una época en que todo estaba por hacerse, logró salir avante en el vasto plan de trabajo de esa preciosa vida que se extinguió, después de 82 años entregados en un concurso amplio, permitiendo salvar con férrea voluntad su empuje, su dinamismo, su ejemplo enaltecedor.
Luego de su fallecimiento, ocurrido en su mansión viñamarina, el 20 de octubre de 1926, su sucesión donó a Pichilemu sus bosques, terrazas, parque, escalinatas, etc., con la intensión de que todo fuera atendido dignamente. Y Pichilemu -joya engastada en la Vieja Colchagua- enclavada frente al mar rugiente, que entona la canción desesperada de su embate sobre el negruzco peñascal que lo adorna, entregándose a la evocación del hombre de acrisoladas virtudes, que fuera conquistado por el embrujo de su presencia milenaria y la soleada costa que lo limita, con el fervor agradecido de los que lo reconocen como auténtico pionero del turismo nacional.